LA NACION du 24 juin 2007 RETOUR/BACK
Los libros nacen de la aventura, pero la aventura no alcanza calidad de
tal sino en las páginas de un libro, en las imágenes que crean un mito.
Las fotografías, los testimonios, las obras acerca de la Compañía
General Aeropostal, la célebre "Aéropostale", que se expondrán
a partir de esta semana en una muestra de la Alianza Francesa, organizada
con el apoyo de Air France, narran las peripecias que marcaron la creación
de un servicio postal regular entre Francia y América del Sur.
La conquista del aire ha dado origen a una literatura considerable. Si se
piensa en la Aéropostale, es inevitable mencionar a Antoine de Saint-Exupéry,
piloto de la compañía y autor de libros como Correo del Sur , Vuelo
nocturno y Tierra de hombres , y a Joseph Kessel, novelista y
aviador, del que se reedita la biografía Mermoz (Libros del Zorzal).
Por fortuna, la experiencia de unir Europa y América del Sur tuvo en
Saint-Exupéry y en Joseph Kessel, a dos actores, testigos y narradores de
esa gesta.
En la historia hoy casi legendaria de la Aéropostale intervino un equipo
de hombres que, detrás de su aparente simplicidad (con excepción de
Saint-Ex y Kessel), ocultaban personalidades complejas. Además de los héroes
que murieron en el océano o contra la ladera de una montaña, estaban los
hombres de negocios, los pioneros que, con una mente comercial inflexible,
desde sus escritorios, vencieron sus propios sentimientos y llegaron a
sacrificar a sus amigos pilotos para poder lograr lo que todos querían.
Unos y otros tenía la misma finalidad: cumplir con los horarios y las
entregas y acortar los plazos de llegada de una carta. Pero había algo más:
fracasar en esa tarea no significaba meramente haber atentado contra el
reloj, era no tener estatura moral. Quien preservaba la vida a costa de su
tarea corría un peligro no menor: perder la dignidad. Ese tipo de hombre
no tenía lugar en la Aéropostale.
La historia comenzó en 1917 cuando Pierre Latécoère, un industrial de
Toulouse, recibió el encargo de fabricar una serie de aviones de guerra.
Latécoère pensó que apenas terminada la contienda, había que darles a
esas máquinas un uso pacífico y concibió la idea de establecer un
servicio postal regular entre París y Buenos Aires. Había que
adelantarse a la competencia de los norteamericanos y, sobre todo, de los
alemanes. Mientras que Francia, Gran Bretaña, España y otros países de
Europa se habían distribuido las conexiones aéreas en ese continente,
los alemanes, tras la derrota, habían quedado excluidos de los circuitos
más interesantes; en realidad, lo que les quedaba por desarrollar era el
tráfico hacia América Latina.
Latécoère le propuso a su amigo, el diplomático italiano Beppo de
Massimi, que le allanara todos los obstáculos desde el punto de vista de
las relaciones internacionales para hacer realidad ese proyecto. La
Nochebuena de 1918, el industrial dio el primer paso: con el piloto
Cornemont, franqueó los Pirineos y llegó de Toulouse a Barcelona. Lo que
iba a ser la "Línea" había comenzado. En febrero de 1919, Latécoère
en un avión, y Massimi y Lemaître en otro, prolongaron la aventura hasta
Alicante. Un mes después, el 19 de marzo, Lemaître y Latécoère volaron
hasta Rabat y le entregaron al mariscal Leyautey violetas frescas de
Toulouse, recogidas el día anterior, y el diario Le Temps , con la
fecha del 18 de marzo. Con el apoyo del mariscal, Latécoère obtuvo ayuda
gubernamental y fundó las Líneas Aéreas Latécoère. En la empresa, lo
acompañaban ex camaradas de combate, Vanier, Dombray, Morraglia y, sobre
todo, Didier Daurat, que habría de encarnar el espíritu de la Línea y
convertirse en el motor secreto de la compañía. El 1° de septiembre de
1919, el primer correo Aéropostale partió de Toulouse hacia Marruecos.
Daurat fue nombrado jefe de explotación de la Sociedad y demostró tener
una dureza y una lucidez insobornables.
Latécoère establecía paso a paso sus bases en el continente africano
para planear el salto del Atlántico hacia América del Sur. En septiembre
de 1920, el servicio de Toulouse a Casablanca se cumplía semanalmente en
forma regular.
El Sahara como enemigo
Por supuesto, esas proezas se hacían a costa de enormes riesgos. Los
aviones con los que contaban los pilotos no sólo tenían las limitaciones
técnicas de la época, además no eran nuevos. Todo el tiempo tenían
desperfectos. Entre los correos hubo numerosas víctimas fatales Para
poder seguir a los hidroaviones sobre el mar se instalaron radios, pero de
muy poco poder, lo que las hacía a menudo ineficaces. Para suplir esas
carencias, los pilotos llevaban también palomas mensajeras.
La distancia más corta entre Africa y América Latina, por sobre las
aguas del Atlántico, es la que existe entre Dakar, en Africa, y Natal, en
Brasil. Si se quería crear un servicio postal transatlántico, había que
extender la Línea de Casablanca a Dakar. Desde esta ciudad se podía
intentar una travesía por mar en barco hasta Natal para luego continuar
por avión el recorrido queLatécoère tenía en mente y que llegaba no sólo
a Buenos Aires, sino también, por encima de la Cordillera de los Andes,
hasta Santiago de Chile.
El 3 de mayo de 1921, un grupo comandado por el capitán Roig hizo el
primer vuelo entre Casablanca y Dakar en tres etapas y tres días. Pero la
conexión postal regular sólo quedó establecida en 1925. Los aviones debían
volar sobre dos mil kilómetros de desierto y los pilotos tenían que
soportar la sed provocada por un calor espantoso y los vientos que
levantaban tormentas de arena. Si se veían obligados a aterrizar por un
desperfecto, corrían el riesgo de ser asesinados, torturados y, en el
mejor de los casos, caer cautivos de las tribus rebeldes del desierto, los
famosos hombres azules que aparecían entre las dunas montados en caballos
veloces y resistentes. Por esa razón, Daurat decidió que ningún avión
partiría solo. El aparato postal sería secundado siempre por otro. El
grupo de cuatro hombres estaba integrado también por un intérprete,
encargado de comunicarse con los árabes. Con el tiempo, y gracias a la
ayuda del mariscal Lyautey, Daurat pudo establecer un acuerdo con las
tribus rebeldes por el cual la Compañía se comprometía a pagar un
rescate si los moros devolvían a los pilotos y el correo.
En 1924, ingresó en la Línea un joven piloto, Jean Mermoz, que había
hecho sus primeras armas en la aviación en Toulouse. El hogar de los
pilotos en la bella "ciudad rosa" de Toulouse era una pensión
de familia, Au Grand Balcon. En su examen de admisión ante Daurat, Mermoz
quiso impresionarlo y desplegó todo su arsenal de recursos acrobáticos.
Daurat no le prestó atención y, desdeñoso, le dijo que se fuera a un
circo, que necesitaba pilotos, no artistas de variedades. Con ese estilo,
Daurat logró dominar a Mermoz e infundirle el espíritu de la Línea. Al
principio, el tímido muchacho fue simplemente un mecánico que se
encargaba de montar y desmontar motores, hasta que se le confió un avión.
Los hombres azules
Mermoz fue precisamente una de las víctimas de los accidentes sobre el
Sahara. En mayo de 1926, se vio obligado a aterrizar en el desierto y
enfrentar una terrible tormenta. Se puso en marcha a pie, dispuesto a
caminar lo que fuera para alcanzar una población donde pudieran ayudarlo.
La sed lo devoraba, desesperado, bebió el agua ácida, contaminada de óxido,
del radiador. Por último, comprendió que la única posibilidad de
salvación consistía en caer en manos de los moros. Lo que esperaba no
tardó en ocurrir, lo tomaron prisionero, lo golpearon, lo ataron y lo
transportaron a lomo de camello en un saco; cada tanto, le daban un trago
de agua. Estuvo cautivo quince días y fue liberado mediante un rescate de
mil pesetas. Poco tiempo después, otros compañeros, Erable, Pintado y
Gourp, tuvieron menos suerte y fueron matados por los hombres azules del
Sahara.
En 1926, el conde Antoine de Saint-Exupéry, el futuro autor de El
principito , ingresó en la Línea. Al principio, se ocupó de tareas
mecánicas, como había hecho Mermoz, después se lo envió a Cap-Juby,
donde se hizo conocido entre los nativos porque aprendió la lengua del
lugar. Se convirtió en una especie de sabio al que recurrían las tribus
en disputa, arreglaba problemas familiares, casamientos y cuidaba enfermos.
Pronto, como el resto de los pilotos de la Línea, adoptó la fe del
correo. Sentía admiración por Daurat, que había logrado convertir los
intereses de una empresa comercial en el símbolo de la dignidad de cada
uno de los aviadores. Ese aspecto de la vida que compartía con los otros
pilotos lo llevó a escribir su novela Vuelo nocturno . En ella, el
personaje de Rivière, el jefe de explotación de la compañía aérea,
está inspirado en Daurat. En un prólogo que André Gide escribió para
el libro sintetizó el espíritu que animó a los hombres de la Línea:
"La felicidad del hombre no reside en la libertad, sino en la
aceptación de un deber".
Bouilloux-Lafont
En la carrera por conquistar el Atlántico, Mermoz logró una victoria
importante el 10 de octubre de 1927. Logró cubrir el trayecto
Toulouse-Dakar sin escalas. Entre tanto, Latécoère y Daurat allanaban
los obstáculos de tipo empresarial y jurídico para hacer realidad el
cruce del océano. Gracias al gran piloto argentino Vicente Almandós
Almonacid, que había combatido como voluntario por Francia en la Primera
Guerra Mundial, habían tomado contacto con el presidente argentino
Marcelo T. de Alvear y establecido acuerdos preliminares muy imporantes.
Una misión aérea integrada por el príncipe Murat, a la cabeza, y los
pilotos Roige, Vache y Hamm llegó a América del Sur. El 14 de enero de
1925 los tres pilotos a bordo de tres aparatos Bréguet recorrieron 2100
kilómetros y unieron Río de Janeiro y Buenos Aires. Después de ese
triunfo, Vachet quedó encargado de preparar la ruta de Río hacia el
norte. Cumplió una labor asombrosa porque convenció a las
municipalidades y a los particulares de donar terrenos para que allí se
levantaran los aeródromos de la época.
A la aventura del Atlántico, se había sumado un socio esencial para la
realización del proyecto. Era el financista Marcel Bouilloux-Lafont, uno
de los hombres de negocios más destacados de América del Sur, que
buscaba contrarrestar la influencia de los alemanes y de los
norteamericanos en el continente. Latécoère no tenía suficiente capital
para montar la infraestructura que requería establecer el correo postal
regular entre Francia, Brasil, la Argentina y Chile. Por eso vendió en
1927 el 93 por ciento de su compañía a Bouilloux-Lafont, dueño de
puertos, ferrocarriles, edificios y, por supuesto, bancos. Por medio de la
sociedad sudamericana de trabajos públicos (SUDAM), creó la red de aeródromos
y contrató a los mejores pilotos, entre los que se contaban ases de la
aviación mundial como Raymond Vanier y Henri Guillaumet. Así nació la
Compagnie Générale Aéropostale. En 1930, la empresa cubría 17.000 kilómetros,
empleaba a 80 pilotos, 250 mecánicos, 53 radios y 250 marineros
encargados de transportar la correspondencia entre Dakar y Natal en los 8
barcos entregados por el gobierno francés para esa misión. La Aéropostale
tenía 218 aviones y 21 hidroaviones. Además, contribuyó a la creación
de empresas-hermanas, como se las llamó, encargadas de transportar el
correo hacia destinos que no era capitales de países. Entre ellas, se
encontraba la Aeroposta Argentina, que volaba a la Patagonia y que contaba
a Saint-Exupéry, entre sus aviadores.
Tap dance en la Cordillera
Una de las hazañas más impresionantes de ese período de pioneros fue el
cruce de los Andes por Mermoz. Joseph Kessel narra con riqueza de detalles
esos hechos en su biografía Mermoz . En realidad, la Cordillera ya
había sido cruzada en 1920 por el argentino Vicente Almandós Almonacid.
También había cumplido la misma proeza la aviadora francesa Adrienne
Bolland, pero Mermoz tenía como misión hallar un paso regular, en el
trayecto más breve posible, para llegar a Santiago de Chile desde Buenos
Aires. Tanto Almandós Almonacid como Adrienne Bolland lo habían hecho en
sectores de la Cordillera donde las montañas no son tan altas, pero para
ello habían debido desviarse del recorrido en línea recta. En cambio,
Mermoz tenía que encontrar un paso en el itinerario más corto, eso
significaba enfrentarse a las grandes cumbres. Los aparatos Laté 25 y 26
de la Compañía sólo llegaban hasta los 4000 metros, mientras que las
montañas del centro de la Cordillera tenían 6000 metros.
El 28 de febrero de 1929, Mermoz, acompañado por su mecánico Collenot y
el conde de La Vaulx se lanzó a la aventura del cruce. En ese intento,
mientras estaban sobre los picos helados, el carburador se tapó y el
motor se detuvo. La máquina se precipitaba contra la Cordillera. Mermoz
vio entonces una pequeña meseta que podía convertirse en brevísima
pista de aterrizaje. Logró posar el aparato en ella, pero por la fuerza
de inercia, el Laté, ya aterrizado, continuó su marcha hacia el fin de
la meseta, es decir, hacia el abismo. Entonces Mermoz salió de la
carlinga y con la fuerza de sus piernas y de sus brazos (era un atleta
notable que se ejercitaba diariamente) logró desviar la trayectoria del
avión e inmovilizarlo contra una de las paredes de roca. Una hora y media
después, Collenot había reparado el aeroplano y partieron hacia Santiago
adonde llegaron sin problemas. El 9 de marzo, Mermoz y Collenot debían
hacer el camino inverso. El piloto resolvió tomar un camino aún más
directo y partieron de Copiapo. Pero se toparon de nuevo con la barrera
inabordable de los Andes. No había ningún paso por debajo de los 5000
metros y el Laté a duras penas llegaba a los 4500. Mermoz aprovechó una
corriente de aire ascendente y consiguió superar los picos. Estaba del
otro lado de los Andes, pero entonces una corriente descendente atrapó el
aparato que se estrelló contra una meseta a 4200 metros de altura. Para
escapar de allí, dependían de la habilidad mecánica de Collenot. Este
se valió de los elementos más absurdos para reparar el avión, hasta
utilizó la camisa y el cuero de la campera de Mermoz. De todos modos,
salir de esa meseta sólo era posible por medio de saltos mortales. No había
suficiente pista para que el Laté tomara velocidad, entonces Mermoz lo
lanzó primero hacia una meseta más baja en la que el avión rebotó para
caer en otra meseta inferior, donde rebotó nuevamente, hasta que, por último
una corriente ascendente le permitió al aparato afirmarse en el aire y
los pilotos salvaron sus vidas.
Henri Guillaumet es otro de los pilotos notables de la Aéropostale. Para
algunos, era el mejor de toda la compañía, incluso hasta mejor que
Mermoz. Mientras que éste era el pionero que abría rutas y pasaba de una
proeza a otra, Guillaumet era el que encarnaba más que ninguno el espíritu
de la Compagnie. Era un hombre que cumplía su trabajo a la perfección,
sin hacerse notar. Una perfecta máquina que piloteaba otra máquina. Sin
embargo, su nombre alcanzó la primera página de los diarios. El 13 de
junio de 1930, decoló de Chile con el saco de correo a pesar de las pésimas
condiciones climáticas contra las que le habían advertido. Quedó
atrapado en una tempestad y se vio forzado a aterrizar en un espacio que
milagrosamente encontró disponible, a orillas de la laguna del Diamante.
Durante dos días, no pudo moverse del lugar donde había posado su avión.
Se lo impedía la violencia de la tormenta de nieve. Se resignó a que
nadie lo encontrara y entonces resolvió desafiar el viento y el frío. Se
encontraba a 4000 metros de altura y debía recorrer 60 kilómetros para
llegar a la llanura. Como equipo sólo tenía una brújula. Durante cinco
días caminó en medio de la nieve, debía luchar contra el frío que lo
paralizaba, contra el hambre y contra el cansancio que lo hacía caminar
cada vez más lentamente, hasta que se encontró con la esposa del guardia
del río Llancha. Al principio, la mujer se asustó de ver a ese hombre
perdido en la cordillera, después se apiadó y lo cuidó. En Chile, en la
Argentina, en Francia, lo daban por muerto. Cuando la noticia llegó a
Buenos Aires, Saint-Exupéry, camarada e íntimo amigo de Guillaumet, se
subió a un avión y voló a rescatarlo. Cuando se encontró, Guillaumet
le dijo a "Saint-Ex" la frase que reprodujeron todos los diarios:
"Lo que hice, te juro, ninguna bestia lo hubiera hecho".
El 12 de mayo de 1930, se inició otra etapa. Mermoz, acompañado por
Dabry y Gimié, logró la hazaña de asegurar por primera vez la conexión
postal entre Dakar y Natal, es decir, de realizar todo el trayecto desde
Europa hasta América del Sur por aire, en vuelo nocturno, sin recurrir a
barcos, lo que abreviaba en varios días la entrega de la correspondencia.
Ese episodio, que marcaría la aviación mundial, estuvo rodeado de hechos
dramáticos. Mermoz era un hombre seductor, muy apuesto, conquistaba a las
mujeres casi sin tomarse ningún trabajo. Finalmente se enamoró de
Gilberte Chazottes, una joven nacida en Bahía Blanca, descendiente de una
familia de franceses y resolvió contraer matrimonio con ella.
La muerte como amante
Mermoz vivió durante largo tiempo en Buenos Aires, entre sus viajes,
encargado por Bouilloux-Lafont y Dauriat de asegurar el funcionamiento de
la Aéropostalede este lado del Atlántico, pero frecuentó poco la
sociedad argentina. Más bien trataba a los franceses expatriados, entre
los que se hallaban los Chazottes. Vivía, casi recluido, en un
departamento alquilado en lo alto de la Galería Güemes, sobre la calle
Florida. Cuando decidió casarse, quiso terminar las relaciones que mantenía
con sus amantes ocasionales de América y de Francia. Mientras preparaba
su vuelo transatlántico desde París, Mermoz le informó a una de sus
muchachas parisienses que se iba a casar y que la historia entre ellos debía
interrumpirse. La joven le pidió que pasaran juntos una última noche,
precisamente la noche anterior a la partida de Mermoz hacia América del
Sur. El piloto aceptó. Por la mañana, cuando se despertó, a su lado,
estaba el frío cadáver de su amante, que se había suicidado en la
madrugada. El piloto debió superar una serie de trámites policiales y
legales, aclarar lo que había sucedido, y partir velozmente hacia el aeródromo
para intentar el cruce del Atlántico. El principal obstáculo de ese
trayecto Mermoz lo encontró a mitad de camino entre Africa y América,
cuando tuvo delante el muro de nubes negras, de columnas de lluvia y de
viento, que formaban el Frente Intertropical, conocido entre los franceses
como el pot au noir .
El diluvio que caía del cielo hervía, Mermoz volaba a menos de 50 metros
de altura para evitar la pared negra del Frente. La cabina de pilotaje
estaba inundada, el equipo de la Aéropostale había tenido que arrancarse
las ropas para superar el calor. Tres horas y media duró la ordalía y,
de pronto, se encontraron del otro lado del muro. La luna iluminaba el mar
serenamente.
Ni las tormentas ni las montañas abatieron a la Aéropostale sino la
crisis económica de 1929. Los negocios de Bouilloux-Lafont sufrieron un
golpe demoledor, pero para salvar la Compagnie contaba con una subvención
de más de 80 millones de francos que el gobierno francés se había
comprometido a entregarle. La empresa había firmado el 29 de agosto de
1929 una convención que le abría un préstamo obligatorio y que
prolongaba el contrato con la sociedad en veinte años. El Parlamento debía
ratificar esa convención, pero el acuerdo nunca le fue presentado. El
hermano de Bouilloux-Lafont, que era vicepresidente del Parlamento, se vio
atacado por los enemigos de otros partidos, que se negaron a ratificar el
acuerdo. El resultado de las contrariedades que se habían desencadenado
contra Bouilloux-Lafont era inevitable: la Compagnie quebró y, en 1933,
se creó Air France, nacida de la fusión de las líneas francesas
comerciales.
La historia de la Aéropostale había terminado. Los pilotos y los mecánicos
franceses de la línea siguieron trabajando con Air France o con otras
compañías. Muchos de ellos encontrarían la muerte poco después, como
ocurrió con Collenot, el milagroso mecánico de Mermoz, y con el propio
Mermoz, que se estrelló contra las aguas mientras piloteaba La Cruz del
Sur. Nunca lo encontraron, como tampoco se encontró a Saint-Exupéry,
muerto en un accidente en el mar. Todos ellos habían forjado sus vidas en
el aire y al aire las sacrificaron. Por fortuna, esos destinos quedaron
registrados en el testimonio de escritores y periodistas, sobre todo, en
el del uno de los más reservados, Saint-Exupéry. Este admiraba a sus
compañeros. Sabía que, como piloto, no tenía la calidad de Mermoz y
Guillaumet; sin embargo, Mermoz disculpaba los errores de Saint-Ex cometía
porque el autor de Vuelo nocturno tenía una virtud de la que todos
ellos carecían: era capaz de contar en la página de un libro lo que
ellos sentían cuando surcaban el espacio. A esos hombres rinde homenaje
la exposición que se exhibe desde el martes en Buenos Aires.
Por Hugo Beccacece
De la Redacción de LA NACION